The Blind Watchmaker

"The Blind Watchmaker" o "El Relojero Ciego" para los vernáculos, cuyo título está inspirado en un libro homónimo , es un blog que se me ha dado por crear para darle forma a algunas cosas que se me pasan por la mente muy de vez en cuando y que así parezca que no hablo solo, pretendo en principio que sea un lugar de divulgación científica, literaria y cultural, donde debatir libremente sin pelos en la lengua.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Pa'haberse matao !

Lo sé , se supone que este iba a ser un blog con un mínimo de cultura y el título no responde a ese parámetro , pero es la expresión más común que se me ocurre cuando me cuentan que dos , no uno , DOS asteroides nos visitaron el miércoles , así como quien no quiere la cosa a una distancia de la Tierra de unos 300.000 km uno , y el otro más chulo aún se paseo a 80.000 km de nuestras cabezas ( más cerca que la Luna) , con solo unas horas de diferencia . Lo que más grácia me hace es que la todopoderosa NASA no se enteró de que tendríamos invitados espaciales hasta este pasado domingo , comprendo lo díficil que debe ser controlar a esas "piedritas" en un espacio tan enorme como el que supone nuestro sistema solar , pero con los fondos que recibe y lo orgullosa que se muestra siempre la agencia espacial de haber llegado a la Luna , de mandar sondas a Marte , etc. me parece cuanto menos extraño que haya tenido que ser un telescopio univeristario , supervisado por la misma , el que los viera este fin de semana en un control rutinario ... y luego nos dicen que las trayectorias de otros asteroides , eso si bastante mas grandes que estos ( que eran de unos 20 m de diametro , metro arriba , metro abajo) , están calculadas para los próximos X años . Para fiarnos de ellos , lo que yo diga , me sale del alma gritar : pa'haberse matao !

domingo, 5 de septiembre de 2010

El relojero ciego

Richard Dawkins - El relojero ciego ( video)
Haciendo honor al nombre con el que he bautizado a mi blog , lo más coherente es que comience con un fragmento del libro El relojero ciego perteneciente al capítulo1 del mismo "Explicar lo inexplicable", aquí os lo dejo sin más preámbulos:


El relojero de mi titulo ha sido tomado prestado de un famoso tratado escrito por William Paley, teólogo del siglo XVIII.
  Su Natural Theology - or Evidences of the Existente and Attributes of the Deity Collected from the Appearances of Nature (Teología Natural — o pruebas de la existencia y atributos de la divinidad recogidas a partir de los aspectos de la naturaleza), publicado en 1802, es la exposición más conocida del «Argumento del Diseño», el argumento que más ha influido para demostrar la existencia de un Dios. Es un libro que admiro en gran medida, porque en su tiempo su autor tuvo éxito haciendo lo que yo estoy luchando por hacer ahora. Él tenía una idea que expresar, creía firmemente en ella, y no ahorró esfuerzos para expresarla con claridad. Sentía un respeto peculiar por la complejidad del mundo de los seres vivos, y observó que requería un tipo de explicación muy especial. En la única cosa en que se equivocó -y hay que admitir que se trataba de algo bastante importante fue en la explicación. El dio la tradicional respuesta religiosa al acertijo, pero la articuló de una manera más clara y convincente de lo que lo habían hecho todos hasta entonces. La verdadera explicación, sin embargo, era totalmente distinta, y tuvo que esperar la llegada de uno de los pensadores más revolucionarios de todos los tiempos, Charles Darwin.
  
Paley comienza su Natural Theology con un famoso pasaje:
 "Supongamos que. al cruzar un zarzal, mi pie tropieza con una piedra, y se me pregunta cómo esa piedra ha llegado hasta allí; probablemente, podría contestar que, por lo que yo sabía, había estado allí desde siempre: quizá tampoco sería fácil demostrar lo absurdo de esta respuesta. Pero supongamos que hubiese encontrado un reloj en el suelo, y se me preguntase qué había sucedido para que el reloj estuviese en aquel sitio; yo no podría dar la misma respuesta que antes, de que, por lo que yo sabía, el reloj podía haber estado allí desde siempre."


Paley aprecia aquí la diferencia entre los objetos físicos naturales, como las piedras, y los objetos diseñados y fabricados, como los relojes. Continúa exponiendo la precisión con la que están hechos los engranajes y muelles de un reloj, y la complejidad con la que están montados. Si en un zarzal encontráramos un objeto similar a un reloj, aunque desconociéramos cómo se podría haber producido su existencia, su precisión y la complejidad de su diseño nos forzaría a concluir que el reloj debió de tener un fabricante: que debió de existir en algún momento, y en algún lugar, un artífice o artífices, que lo construyeran con una finalidad cuya respuesta encontramos en la actualidad; que concibió su construcción, y diseñó su utilización.Nadie podría contrariar razonablemente esta conclusión, insiste Paley, aunque esto es justo lo que hace en realidad el ateo, cuando contempla las obras de la naturaleza, ya que: cada indicación de una idea, cada manifestación de diseño que existe en el reloj, existe en las obras de la naturaleza; con la diferencia, por parte de éstas, de ser tan excelsas o más, y en un grado que supera todo cálculo.
Paley introduce su idea con descripciones bellas y reverentes de la maquinaria diseccionada de la vida, comenzando con el ojo humano, uno de los ejemplos favoritos que Darwin utilizaría posteriormente y que volverá a aparecer a lo largo de este libro. Paley compara el ojo con un instrumento diseñado como el telescopio, para concluir que «existen exactamente las mismas pruebas de que el ojo fue hecho para la visión, como de que el telescopio fue hecho para ayudarle en su función». Por lo tanto, el ojo debe haber tenido un diseñador, de la misma forma que lo tuvo el telescopio.
El argumento de Paley está formulado con una sinceridad apasionada e ilustrado con los conocimientos biológicos más avanzados de su tiempo, pero es erróneo, gloriosa y rotundamente erróneo. La analogía entre el telescopio y el ojo, entre un reloj y un organismo vivo, es falsa. Aunque parezca lo contrario, el único relojero que existe en la naturaleza es la fuerza ciega de la física, aunque desplegada de manera especial. Un verdadero relojero tiene una previsión: diseña sus engranajes y muelles, y planifica las conexiones entre sí, con una finalidad en mente. La selección natural, el proceso automático, ciego e inconsciente que descubrió Darwin, y que ahora sabemos que es la explicación de la existencia y forma de todo tipo de vida con un propósito aparente, no tiene ninguna finalidad en mente. No tiene mente ni imaginación. No planifica el futuro. No tiene ninguna visión, ni previsión, ni vista. Si puede decirse que cumple una función de relojero en la naturaleza, ésta es la de relojero ciego.
Explicaré todo esto y mucho más. Pero una cosa que no haré será despreciar las maravillas de los «relojes» vivos, que tanto inspiraron a Paley. Por el contrario, trataré de ilustrar mi opinión de que aquí Paley podía haber ido incluso más lejos. Cuando se trata de esta sensación de reverencia ante los «relojes» vivos, no cedo ante nadie. Siento que tengo más cosas en común con el reverendo William Paley que con un distinguido filósofo moderno, un aleo muy conocido, con el que discutí una vez este tema durante una cena. Le dije que no me podía imaginar ser ateo antes de 1859, cuando se publicó el Origen de las especies de Darwin. «¿Y qué pasa con Hume?», replicó el filósofo. «¿Cómo explicó Hume la compleja organización del mundo vivo?», pregunté. «No lo hizo», contestó el filósofo. «¿Por qué necesita una explicación especial?» Paley sabía que era necesaria una explicación especial; Darwin lo sabía, y sospecho que en lo profundo de su corazón, mi compañero, el filósofo, también lo sabía. En cualquier caso, mi trabajo consistirá en demostrarlo aquí. Respecto a David Hume, se ha dicho a veces que el gran filósofo escocés disponía del Argumento del Diseño un siglo antes que Darwin. Pero lo que Hume hizo fue criticar la lógica de la utilización del aparente diseño de la naturaleza como prueba positiva de la existencia de un Dios. No ofreció ninguna explicación alternativa a este aparente diseño, pero dejó planteada la cuestión. Un ateo anterior a Darwin podría haber dicho, siguiendo a Hume: «No tengo una explicación del complejo diseño biológico. Todo lo que sé es que Dios no es una buena explicación, de manera que debemos esperar y rogar que alguien ofrezca otra mejor.» Puedo presentir que esta postura, aunque lógicamente sensata, debía de dejar una sensación de honda insatisfacción, y que aunque el ateísmo pudiera mantenerse de una forma lógica antes de Darwin, éste hizo posible el ser un ateo completo intelectualmente hablando. Me gustaría pensar que Hume estaría de acuerdo, pero algunos de sus escritos sugieren que subestimaba la complejidad y belleza del diseño biológico. El joven naturalista Charles Darwin podría haberle enseñado una o dos cosas al respecto, pero Hume llevaba muerto cuarenta años cuando Darwin se matriculó en su Universidad de Edimburgo.